lunes, 28 de diciembre de 2015

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Quien quiera puede juntar mis pedazos y recrearme en un puzle abstracto. Quien quiera puede abrazar mi sinsentido, y quien quiera puede quedarse a ver cómo estallo, me rompo y luego renazco hecha un desastre nuevo y mejorado. Quien quiera puede conocerme mil veces sin llegar a desconocerme nunca.
Pero solo quien yo quiera podrá dejarme un pedazo antes de irse, solo algunos podrán dejar un trazo en el lienzo que soy, una pequeña aportación que luego usaré para volver a versionarme.
Solo quien pueda, que venga y me reinvente.

martes, 30 de junio de 2015

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Cuando consiguió arrancarse el puñal del pecho vio su ropa bañada en tinta. Brotaba directamente del corazón. La hemorragia no cesó durante tres días. Progresivamente, dejó de leer, escribir y soñar. Encontraba las palabras sobre el papel vacías, sin sentido. En las noches, cuando dormía, su mente se sumía en el más puro silencio.
Envejeció súbitamente una mañana, al amanecer su pelo canoso brillaba sin nada que envidiar a la mismísima luna. En cada arruga se hallaba un poema no escrito. En cada mirada, la nostalgia de una ilusión perdida.
Y así vivía, desprovista de toda literatura, teñida de gris y apatía.

El reloj.

El reloj del pueblo llevaba años parado, y nadie se había molestado siquiera en subir a lo más alto de la iglesia a comprobar por qué no andaba esa vieja reliquia. Olvidado y mudo, permanecía como espectador impasible en medio de la plaza, bajo su atenta mirada se hallaban todas las casas y hogares gobernados por un ritmo propio que había sustituido al añoso tic tac. Sin embargo, las agujas en lo alto no habían cesado del todo su movimiento.
Una vez en junio, el minutero avanzó al menos media hora. Durante aquel verano, muy de vez en cuando, sumaba algún minuto. Para el mes de diciembre el reloj del pueblo ya no marcaba las diez, sino las once y media, pero nadie en absoluto se percató del cambio.
Aquel mismo verano dos almas se habían encontrado en la playa del pueblo y se habían mirado a los ojos muchas veces, allá donde rompe la espuma. Pero ni la gente del pueblo, ni siquiera ellos mismos, eran conscientes  de la obra de arte que el destino había creado en ese pequeño puerto. Quizá solo el reloj olvidado había reaccionado ante la maravilla.
El año siguiente el reloj de la iglesia permaneció inmóvil, y siguió así otro año más, y luego otro más. Si alguien hubiera tomado el pulso a esos engranajes lo hubieran dado por muerto.
Contra todo pronóstico, cuatro años después de su último movimiento, las agujas recobraron la vida con más pasión que nunca. Avanzó tras sesenta segundos, tras otros sesenta volvió a avanzar y lo mismo otra vez, y siguió su tarea sin pausa. No tan lejos de allí, también se había roto un silencio. Ya no solo las olas hablaban en la orilla.
Sobre la arena blanca nacía un saludo que había sobrevivido a la mismísima eternidad para morir allí mismo; era el saludo de un alma que encuentra a su igual. Los jóvenes se percataron de lo que estaba sucediendo a las siete horas y veintidós minutos de la tarde, sin embargo, el reloj de la plaza marcó en ese momento las doce en punto.
Las campanas sonaron y el repicar recorrió cada calle, cada casa, se coló por cada puerta y ventana. Sonó con tanta fuerza, con tanta rabia y tanto amor contenido que cualquiera diría que se escuchó en la Luna. Todos los vecinos callaron inmediatamente, abrumados e inundados por la nostalgia y la culpabilidad de no haber extrañado antes aquel sonido. Pero el reloj ya nunca más volvería a sonar.
Después de aquel día, muchos subieron a lo alto de la iglesia, muchos fueron los intentos de hacerlo andar, pero nada surtió efecto.
El espíritu del viejo reloj ahora vivía en aquellas dos sonrisas de la playas.

Temps mort.

Resultaba peligroso el simple hecho de que el tiempo se parase, o incluso que se ralentizara apenas dos segundos. Cuando en el mundo sonaba un silencio perdido en la partitura del caos y el frenesí, cualquiera escucharía el latir del corazón propio; la sangre corriendo por las venas, sedienta de vida o el aire entrando y saliendo de los pulmones.
Sin embargo, ella sentía en la boca de su estómago al monstruo que llevaba dentro mientras bailaba ritmos primitivos. El monstruo rugía y subía hasta su garganta amenazando con dejar salir uno de sus alaridos desesperados para luego seguir subiendo hasta sus ojos para dejar salir toda su tristeza.
Aquel monstruo gris era muy fácil de ignorar cuando el mundo se encontraba en movimiento y contenerlo era una necesidad para poder sobrevivir a la gente. Al pararse el tiempo, ella se rompía en mil pedazos poseído por aquel ser, que era su ser; que era su yo cohibido, que era su peor enemigo.
Cuando el reloj se paraba aparecían mil motivos para temer a los monstruos.

martes, 29 de julio de 2014

De perros.

Siempre odié el sonido de un perro ladrando en mitad de la madrugada, cuando una está a punto de conciliar el sueño, no porque me resultase molesto, sino porque sabía que aullaba soledades y llantos, de esos que sólo una noche sin luna puede guardar. Porque sabía que deambulaba en busca de una verdad y un cobijo, y allí estaba yo, en una cálida cama, escuchando un ladrido que nadie iba a recordar.
Al cabo de un tiempo, tras muchas noches, muchas camas y muchos recuerdos, entendí que los más tristes, los más desgarradores, son los ladridos y llantos que no se oyen. Que no se dicen. Que viven por y para siempre angustiados en el silencio, enjaulados en un alma rota y abandonada.
¿Qué me dicen de esos perros tristes que no ladran?

miércoles, 25 de junio de 2014

Chaos

A menudo, el mundo se me viene encima. De repente, me hallo luchando contra mis propios demonios, contra mí misma. Contra todo lo que soy, lo que quiero ser y no debo, lo que puedo ser y lo que no logro conseguir. Late en mí una tormenta eléctrica, fría, impredecible, que me cala los huesos, y cada gota de angustia navega en mi sangre. Me inunda mi propia desdicha. Saltaría de cualquier puente.
Y yo sólo tengo que lidiar con mis propios problemas. Gracias a Dios, no sostengo cada desastre del mundo sobre mis hombros, que son muchos desastres. Cómo de oscura y triste se tornaría mi mirada.
Gracias a Dios...
Dios, ése sí debe estar al borde del suicidio.

domingo, 22 de junio de 2014

Oasis.

Las historias más bonitas no tienen final. A veces, ni siquiera principio.
Las historias más bonitas fueron siempre esperanzas frustradas.
Un deseo insatisfecho.
Un impulso irrefrenable.
Y un montón de preguntas sin sentido ni respuesta,
doscientas mil lagunas en la memoria
de recuerdos que nunca lo fueron,
de un pasado que no fue.
Las historias más bonitas no tienen final, ni principio.

Como la Luna y el Sol que se persiguen, se buscan,
y a veces, sólo a veces, funden sus utopías en el abrazo de un eclipse,
formando un espejismo de un encuentro fortuito, una asombrosa maravilla.
Como el roce de una mano con otra mano,
dos pieles que se reconocen entre el barullo de la rutina,
y se pierden con la misma,
se van,
aun deseando entrelazarse, agarrarse, amarse,
se marchan,
no sin antes preguntarse cuándo volverán.

Así, las historias más bonitas son cosa de un segundo eterno,
una fracción de tiempo que dura para siempre,
pero que no nace, ni muere.
Que no existe.

miércoles, 4 de junio de 2014

Era usted

- Era usted demasiado perfecta - dijo- Desde lejos, y no tan lejos, pero siempre desde fuera, el calor de su brillo dejó mi corazón en un puño cientos de veces. Después de usted, tan sólo me permití enamorarme de imperfecciones.
Y ahora está aquí, está cerca, y me habla con voz temblorosa, me mira casi miedosa, me preguntó por qué y me pregunto si quizá esa perfección no fue más que una ilusión que me produjo su embrujo. Sin embargo, de una forma u otra, perfecta o imperfecta, debo confesarle que hoy vuelvo a enamorarme de usted.-

...

Cuando sentía los pies fríos, usaba calcetines. Guantes, cuando sentía frías las manos. Él le hacía falta cuando se le helaba el corazón... Entonces, lo echaba de menos.
Por esto, le dolía el pecho durante las noches, tanto que a veces lloraba. Dejó de salir a la calle en invierno, por miedo a resfriarse. Se pasaba todo el mes de diciembre bajo las mantas, del uno al treinta y uno, una vez más, debido a su ausencia.
Cuando él dijo "se apagó la llama", no imaginaba que hablase de algo tan literal.

Dijo el monstruo de ojos grises:

"Brindemos por esos tiempos en los que no teníamos nada que ocultar, y por las bestias en que nos hemos convertido. Las palabras que parecían tan ajenas a nosotros y que ahora no nos atrevemos a susurrar siquiera. Vamos, brindemos por cada grito mudo. Por la mirada pura que se volvió siempre hostil. Brindemos, todos los que perdimos nuestra imagen en el espejo y ahora solo encontramos en el
reflejo a un triste desconocido.
Por la inocencia que la realidad derrumbó a base de complejos. Brindemos los del corazón podrido, los del alma moribunda, levantemos estas copas de licor en nombre de los que caímos, de los que no sabemos levantarnos. Por todos los que sobrevivimos a nuestra propia naturaleza."

Iridiscente.

Sólo te busco cuando se van las nubes. Sales si sale el sol, si el cielo es claro.
Cuando hace buen tiempo te busco y te encuentro, donde siempre, como siempre, con toda la fuerza de tu espíritu.
Para algunos, ya casi perteneces al paisaje, pero no es así: el paisaje te pertenece a ti. Lo gobiernas, lo dominas.
Lo iluminas.

Van dos...

Y esto que van dos locos caminando por Madrid, hablando de cosas de locos, lo que los locos suelen hacer.
Que si coches que van solos, que si médicos robot, que si gente que habla con seres inertes de plata, que si perros gordos que van a peluquerías, que si hoteles en la Luna, que si bosques de hormigón, que si niños que no sueñan.
Estos locos de Madrid, sólo saben decir locuras. ¿Mañana de qué hablarán? ¿De personas heladas que no sepan sentir ni pensar?
Mira, mira, ya vinieron a llevarse a los locos de Madrid...

jueves, 29 de mayo de 2014

Delirium tremens.

Ven. 
Que si vienes, te invito a una copa, te dedico una noche, y me cuentas, o me cantas, qué hay de tu vida, qué hay de los sueños que no pudiste cumplir. Yo te hablaré de mis días perdidos, de mi locura y mi cordura, de que me volví fugitiva. Y cuando se te canse la lengua de charlar y charlar, te cedo mi hombro, mi cuello, mi alma, mi todo. Muérdeme si te hace falta, tómame muy poco a poco.
Prometo reírme, quererte. Prometo hacerte volver mañana, si quieres, si vienes... 
Si vienes.

De bares.

Allí estaba, subido al escenario, viviendo en un mundo que creí que era mío. Vi tus labios curvarse en primera fila y no, no era mío, era tuyo. Todo el mundo, y todo yo, todo tuyo (todo tú y yo).
Desde entonces, vivo esclavo de una sonrisa anónima, y a veces, cuando todo se turba después de un par de copas, creo verte y no sé si es el alcohol o tu recuerdo lo que me produce resaca.
Ojalá el próximo sábado pida mesa para dos.

Medicina avanzada.

Pretendemos extirparle el foco del dolor, así sanearemos la zona, luego simplemente se trata de cerrar y esperar a que termine de curarse solo. La operación es sencilla, pese a ser a corazón abierto, en esta clínica la llevamos a cabo con relativa frecuencia. Está en buenas manos.
El problema es la recuperación. Bueno, ya sabe, el corazón es muy delicado, recuerde que pretendemos sellar los pedazos rotos. Evite cualquier olor que le recuerde a él, cualquier imagen, cualquier cosa. El mayor alimento del desamor es el recuerdo, y una segunda intervención sería muy arriesgada.
Si sigue nuestras instrucciones, pronto podrá rehacer su vida. Sin embargo, no podemos garantizarle si podrá volver a amar...

Recíprocos.

Ella componía música, escribía poesía, pintaba paisajes de ensueño que no tenían su origen en este mundo. Ella tampoco pertenecía a este lugar durante sus "brotes".
Así los llamaba, ya que, curiosamente, sus facultades artísticas sólo salían a flote en determinados momentos. Aunque más que salir a flote, salían despedidos y se desbordaban por los poros de su piel. Todo era vida durante esos brotes, que como cualquier ser viviente, morían en sí mismos.
Jamás supo el por qué, pero toda aquella magia se desvanecía con la misma rapidez con la que aparecía. Jamás supo que todo eso pasaba únicamente cuando él la pensaba.
Porque la pensaba así, bella, brillante, perfecta, caótica, genuina. Cuando él veía una rosa, una estrella fugaz, la primera gota de agua que anuncia la lluvia, el primer rayo de sol, la recordaba, la amaba.
Y sólo entonces, ella se convertía en amor.