Allí estaba, subido al escenario, viviendo en un mundo que creí que era mío. Vi tus labios curvarse en primera fila y no, no era mío, era tuyo. Todo el mundo, y todo yo, todo tuyo (todo tú y yo).
Desde entonces, vivo esclavo de una sonrisa anónima, y a veces, cuando todo se turba después de un par de copas, creo verte y no sé si es el alcohol o tu recuerdo lo que me produce resaca.
Ojalá el próximo sábado pida mesa para dos.
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