Digamos que existiera el alma. Supongamos que realmente existe una especie de soplo vital, una parte de nosotros ligera y perfecta, divina, inmortal, que se nos revuelve por las entrañas deseando salir.
¿Y cuando sale, qué? ¿Volverá a meterse en otra cárcel de hueso y músculo, condenada a vivir otra lucha contra la mortalidad?
Pues no, claro que no, por supuesto que no, no es tonta. Va y consigue lo que sueña: viaja.
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