Me miró con los ojos aún brillantes, y noté que tampoco se sorprendía de que yo estuviera también allí. Me senté a una distancia prudente, y miré aquel horizonte celeste. Ella hizo lo mismo, y el silencio permaneció imperturbable durante mucho tiempo. Pero ni siquiera el silencio es eterno, y las palabras se precipitaron por mis labios sin titubear.
- ¿Qué haces aquí? - pregunté.
- Olvido - dijo ella, aún con la vista al frente.
- ¿Qué olvidas?
- A la gente.
Sonreí, con una de mis sonrisas más sinceras, mientras levantaba la vista al cielo.
- ¿Por qué sonríes? - esta vez preguntó ella, y vi por segunda vez sus ojos castaños buscando los míos.
- Yo vine a olvidarme de mi soledad.
Entonces sonrió, y el efecto que causó su sonrisa fue similar a una estrella fugaz.
Qué irónica es la vida que ella vino aquí, huyendo de todos, y conmigo vino a dar, que no sé ni de quién huyo, pues sólo me tengo a mí. Qué ironía tan grande haberla encontrado aquí.
- ¿En qué piensas, entonces? - dijo - ¿O sólo miras al horizonte?
- Las dos cosas. Pensaba en que la soledad puede ser muy hermosa, y este lugar era la prueba de que eso era verdad. Pero ya no lo pienso.
- ¿Por qué? - preguntó, aún con sus ojos clavados en mí.
- Si te soy sincero, este sitio nunca ha sido más hermoso que hoy, contigo. Ojalá te encuentre mañana de nuevo aquí.
"Ojalá te encuentre todos los días" dije para mí.