Notar el calor del mismísimo Sol en un aburrido y frío día de invierno a través de su tacto y en cada roce de su piel. Calor que añoro cuando el viento, fuerte e imparable, cala en mis huesos, helando la sangre.
Que el mundo se detenga un instante, y así poder contemplar tranquilamente, una vez más, el hipnótico brillo en sus ojos, ésa manera de mirar, que me abruma, que me ciega, que me vuelve totalmente loca, ese brillo que a veces busco cuando la noche se torna austera y su negrura implacable invade el espacio.
Que la música, la mejor música, el mejor ritmo, la más hermosa nota, pierda todo su prestigio y sucumba al ser comparada con el timbre de su voz, de ésa voz tan característica, tan suya, tan irreal, tan oportuna, reconfortante. Ésa voz procedente de ésos labios... que de sus labios no me atrevo a hablar. Pues un día, soñando, los catalogué de tentación innombrable, pues una noche, despierta, los empecé a pensar.
Que en sus brazos los problemas desaparezcan lejos de nuestras realidades, y en la tranquilidad que tan sólo ésos brazos profesan, mi alma satisfecha se acune y adormezca.
Que cada uno de sus latidos para mí sean motivo de festejo, ocasión de increíble maravilla, milagro de vida, ya que en todos ellos se encuentran mis propias razones para seguir latiendo.
Que encontré la perfección de lo imperfecto un día un tanto inesperado, que los sueños se cumplen, que todo es posible, y ahora lo sé.
...25*
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